Creencias
religiosas (3)
Empiezo este nuevo capítulo con
el convencimiento de que una buena parte de los lectores no van a estar de
acuerdo con lo que expondré. Esta circunstancia hace que, en el peor de los
casos, no me continuarán leyendo, y, en el mejor, no me bajarán el sueldo si
pierdo lectores.
Por la causa expuesta
anteriormente, soy muy reticente a hablar, y, sobre todo, a escribir sobre Atón
y Akhenatón, ya que hay una fuerte y sólida
leyenda en torno al Dios, y al faraón que lo encumbró. La fama y la importancia
que se da en el mundo occidental actual a ese corto periodo de tiempo dentro de
la era faraónica, no se corresponde en modo alguno a la importancia que tuvo el
reinado de Akhenatón, como iré desarrollando a continuación.
A pesar de que mucha gente
desconozca el libro, creo que el interés por el Dios y el faraón que lo han
llevado a la fama se deben a Mika Waltari y su “Sinuhé el Egipcio”, que
despertó el interés sobre este tema. El libro está extraordinariamente bien
escrito, y con un estilo que introduce al lector dentro del Egipto faraónico.
Existe un relato, con un protagonista del mismo nombre, en que un viajero egipcio describe su periplo y su
naufragio. El de Mika Waltari trata de las vicisitudes de un personaje ficticio,
de profesión médico, que supuestamente vivió aquellos tiempos turbulentos, pero,
insisto, está tan bien escrita que parece una historia real.
No es verdad que Atón fuese un nuevo
Dios que irrumpió en Egipto para acabar con el politeísmo e iniciar el monoteísmo.
El culto a Atón era seguido como el de cualquier otro de los muchos dioses que
existían y que convivían en Egipto. Su ámbito geográfico de seguimiento era muy
pequeño, y se circunscribía a Heliópolis, donde, posiblemente, lo conoció el faraón
al que, posteriormente, se conoció como
Akhenatón, ya que se sabe que permaneció en aquella localidad varias temporadas
durante su niñez y juventud.
Por otra parte, los sacerdotes de
Amón habían alcanzado tanto poder, tanta riqueza e influencia que incidían en
todos los aspectos de la vida cotidiana, e incluso en la vida artística, tanta
que eclipsaba el papel y la influencia del Faraón, al tiempo que ahogaban
cualquier intento de innovación o evolución en cualquier acto de la vida. En
consecuencia, el Faraón pretendió restar la influencia de los sacerdotes de
Amón adoptando el culto a Atón. En ese cambió le acompañó una parte de la
aristocracia, y, sobre todo, los artistas. Pero, gracias al dinero acumulado en
los templos de Amón, y al inmovilismo del pueblo, no fue posible que el cambió
fuese seguido mayoritariamente, por lo que Akhenatón siguió como faraón en la
ciudad del Akhetatón, que mandó construir, y casi toda la infraestructura
política, y, sobre todo, financiera continuó sin variación.
Al poco de la muerte de Akhenatón,
y tras un periodo obscuro y convulso, finalizó el periodo de culto a Atón, y
Akhenatón fue considerado el Faraón hereje, y fueron borrados sus sellos y
efigies, y arrasada la ciudad de Akhetatón. El último faraón que rindió culto a
Atón fue Tutankatón, que, posteriormente, restableció de forma oficial el culto
a Amón, llamándose, a partir de aquel momento, Tutankamón.
En conclusión, en torno de lo que
fue, simplemente, un intento de derrotar la hegemonía económica de los
sacerdotes de Amón, se ha montado una historia, atractiva pero irreal, sobre los inicios del monoteísmo en el mundo.
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